jueves, 30 de agosto de 2012
Ocho de la madrugada
Lo recuerdo como si fuese ayer.
Esa mañana me había levantado muy pronto, era noche cerrada todavía y no había ni un alma en la calle. Estaba muy nervioso. Demasiado. Sería por eso que apenas había podido dormir la noche anterior...
Me dispuse a arreglarme, no quería llegar tarde en mi primer día, y emprendí la marcha, sin poder imaginar lo que llegaría a encontrarme aquella mañana fría de Octubre.
Encontré el lugar sin demasiadas complicaciones, donde, a la entrada, me esperaba la que sería mi compañera durante aquel maravilloso mes, que a mi me parecieron apenas un par de días.
Estaba tan nerviosa como yo. Sin saber muy bien que hacer llamamos al timbre y esperamos que nos abriesen la puerta. Cuando pudimos entrar, nos apresuraron a vestirnos con el uniforme que allí era obligatorio, ese color verde oscuro enfundado en una tela bastante tosca, y después de que nos familiarizásemos con el lugar, nos guiaron hasta una sala en la que solo parecía haber gritos, dolor y desesperación.
Todavía la tengo en mente.
Aquella pobre mujer se retorcía en la cama, como si el sufrimiento más inhumano la atacase, mientras un hombre la cogía de la mano. Pero, en un momento, todo eso se convirtió en alegría y alivio para ella.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, nunca había sentido nada igual, y pude notar cómo una pequeña gota caía desde mis párpados a las mellijas de mi rostro.
El llanto inundó la sala de partos. Ya no había más dolor.
El pequeño J. había nacido.
(Se han omitido los nombres reales de esta historia para preservar la privacidad de los mismos.)
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1 comentario:
Tal y como fue!
Nunca se me olvidará esa planta y mucho menos ese día! Fue increíblee! :) Estuvimos genial.
Me has dejado sin palabras... Me ha encantado lo que has escrito y por supuesto estar contigo alli ese mes y las tres semanas que pasamos también en el centro de salud.. aunque eso ya es a parte! jejeje!
Besitooos :)
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