- No es mi problema. - Dijo sin miramientos nuestro coronel.
El coronel era un hombre robusto, de proporciones intimidantes, la piel de su rosto se asemejaba a la madera carcomida por termitas, fruto de la metralla que quedaba en su cuerpo de combates anteriores. Él la lucía con orgullo, como si de una medalla de guerra se tratase.
Habíamos sido enviados a esta dura tierra para traer la paz. O imponerla por la fuerza. Sólo nosotros creíamos que estábamos ayudando a los lugareños.
El día había empezado en el cuartel como otro cualquiera, con nuestra patrulla reglamentaria, pero aquel instante me abrió los ojos sobre la guerra.
A las afueras de la ciudad nos encontramos con una banda que sembraba el terror entre las familias pobres que vivían en aquellas casetas. Vivían en el desierto, y de vez en cuando decidían saquear la ciudad, sumiéndola en la miseria.
- ¡Disparad! - Gritó el coronel, al cual no le gustaban las peleas en su territorio asignado.
- Señor - Dijo nuestro cabo - ¡Existe el riesgo de herir civiles!
- No es mi problema - Replicó el coronel - ¡Nuestro objetivo es la pacificación, y lo conseguiremos a cualquier precio!
No pude fijarme en otra cosa.
Unos ojos color azabache nos escudriñaban con miedo en la distancia. Se trataba de una niña de corta edad que se aferraba con fuerza a su osito de peluche mientras intentaba huir de aquel caos en brazos de su madre.
El coronel dio la orden. Mi dedo tembloroso no encontró fuerzas para cerrarse ante el gatillo. Los de mis compañeros no parecieron encontrar tantas complicaciones...
Entonces solo pude discernir como el oso caía al suelo envuelto en una nube de polvo.
En ese instante me pregunté quienes eran los verdaderos terroristas.
(Versión reeditada. Junio 2010)
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